Un equilibrio sólido y necesario

Esta semana pensaba hablarles de las Comunas y de cómo su puesta en funcionamiento tal como manda la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires (y no la parodia que ha montado el Pro en estos 4 años) podría mejorar la forma y la calidad de la gestión de los asuntos públicos. No puedo. Por momentos me digo que debo hacerlo, que nada debe alterar la normalidad de nuestras vidas y de nuestros debates políticos, menos la violencia que parece apoderarse de la agenda política mundial y, ahora también, de la nacional.

Por esa razón, ya evité referirme aquí a la masacre de los trabajadores de Charlie Hebdo y a mi indignación ante los numerosos y alucinógenos “peros” con que algunas voces de “izquierda” (de acá y de otros confines) pretendieron “contextualizar” el cobarde acto terrorista. Ya se, todo acto terrorista es por definición un acto cobarde (aunque esté revestido de valentía y sacrificio por parte de sus autores materiales que suelen dejar la vida en ellos), pero a veces es necesaria la redundancia. Como un antídoto contra los distraídos y los “ingenuos” que no resisten una exclamación de simpatía contra todo acto criminal por el solo hecho de estar dirigido contra el “Imperio” y sus aliados.

Esta vez no puedo. La muerte del fiscal Alberto Nisman es demasiado fuerte como para hablar de otra cosa. Demasiado seria como para ser indiferente. En 31 años de democracia, es la primera muerte, en circunstancias dudosas, de un funcionario de primer nivel de uno de los tres poderes del Estado, en el medio de un fuerte enfrentamiento político y judicial del gobierno nacional con sectores de inteligencia y del Poder Judicial que hasta ayer nomás le respondían.

No tengo idea si Nisman se suicidó, lo suicidaron o lo asesinaron. Y no está en mi rol evaluar ninguna hipótesis. Soy un ciudadano. No un detective o un fiscal. Necesito creer en lo que digan los poderes públicos. ¡Y no puedo! Para colmo, la presidenta en vez de transmitirnos tranquilidad, ubicándose como lo que es, presidenta de todo un país y no de una parcialidad, formula teorías y preguntas que solo sirven para abonar hipótesis conspirativas y sembrar dudas sobre el muerto, con el solo propósito de mostrarse como víctima de un plan macabro, cuando la única víctima, hasta ahora, es el mismísimo Alberto Nisman.

No tengo idea quiénes fueron los autores materiales e intelectuales del atentado a la AMIA. Solo se que hay 85 víctimas y sus familiares (y millones de argentinos) que desde hace 20 años están esperando, con una paciencia infinita, que el Estado argentino le brinde una explicación convincente sobre lo sucedido y castigue a los culpables con todo el peso de la ley. En vez de eso, algunos agentes públicos responsables de la investigación se han dedicado a cometer todo tipo de delitos y a operar a favor de la impunidad de uno u otro sospechoso.

No tengo idea si la denuncia de Nisman contra la presidenta (que acabo de terminar de leer) es cierta o no. Pero espero que un juez y un fiscal puedan abocarse a ella e investigar sus hipótesis, con la mayor libertad y todos los recursos necesarios. Sin embargo, a menos de una semana de presentada, el acusador aparece muerto. Y nadie puede asegurar que haya jueces y fiscales interesados en dilucidar la verdad material, y no la verdad que les conviene, sobre los hechos denunciados.

Sí tengo una certeza: estamos ante un enfrentamiento violento, con contenidos mafiosos de por medio, en las entrañas mismas del poder; entre sectores que hasta ayer nomás formaban parte del mismo gobierno o respondían a sus intereses. Algo se rompió ahí. Y no creo que sea precisamente por las buenas razones. No hay purificadores allí.

Ahora cada parte pretende hacer partícipe del enfrentamiento a toda la sociedad. ¡Y qué mejor que usar de carnada (permítanme la expresión) a la causa AMIA y a su fiscal, que gozaba de reconocimiento y respeto en amplios y variados sectores políticos a ambos lados de “la Grieta”!

Ante esto, nuestra preocupación debe centrarse en aislar esta violencia, para que sus peleas no contaminen el sistema democrático. La muerte de Nisman lo hace. Y por eso no podemos ser indiferentes y debemos condenar su muerte, solidarizarnos con su familia y exigir su pronto esclarecimiento. Y, por supuesto, que se investigue a fondo -¡y rápido!- su denuncia.

Ya la sociedad arrastra demasiada desconfianza hacia los poderes públicos como para además sumar violencia.

(Esta nota fue publicada en el portal www.nuevaciudad.info el 21/01/2015).