Un gobierno de equilibrio

 

Al cumplirse un año de Mauricio Macri al frente del gobierno nacional, una serie de circunstancias, en especial los desaciertos en materia económica, han actualizado el debate en torno a la capacidad de gestión política de su gobierno. Para muchos analistas estaríamos en presencia de un gobierno débil. ¿Es correcta esta caracterización? Creo que no. Veamos.

En estos 33 años de democracia plena, el país tuvo periodos de gobiernos fuertes (10 años de menemismo y 12 años de kirchnerismo) y otros de gobiernos débiles (5 años de Raúl Alfonsín y 2 años de Fernando de la Rúa). No casualmente, los periodos de gobiernos fuertes estuvieron conducidos por el peronismo y los débiles por el radicalismo. Ahora nos enfrentamos a una situación novedosa e inédita en nuestra historia institucional, que obliga a andar con mucha precaución: un gobierno del universo no peronista que no está motorizado por el radicalismo sino por una fuerza de derecha o centro derecha orgánica (el PRO), que ganó democráticamente las elecciones.

Este último hecho amplía la incógnita sobre esta novedad ya que nunca esta derecha llegó a gobernar el país con la legitimidad del voto popular (es cierto que en las primeras décadas de nuestra organización institucional tuvimos gobiernos constitucionales de similar estirpe, pero siempre en el marco de una democracia restringida).

A estas dos novedades se le debe agregar una tercera que también incide en el análisis global del proceso: los cambios que las redes sociales introdujeron en el manejo de las relaciones sociales y políticas entre los individuos que inciden fuertemente en las relaciones intersociales pero también en la de los ciudadanos con el universo de lo público (donde cabe ubicar al discurso político), cambios que, pareciera ser, la fuerza gobernante es la que mejor ha sabido interpretar y ejecutar, colocándose así quizás como la primera fuerza política argentina genéticamente del siglo XXI.

Indudablemente este gobierno tiene parecidos de familia con los gobiernos débiles: en primer lugar, es un gobierno no peronista sustentado en una coalición electoral y parlamentaria (aunque no de gobierno) con el partido radical en un rol central; no tiene mayoría en la Cámara de Diputados y esta infra representado en la Cámara de Senadores, lo que obliga a negociar con el peronismo que sigue siendo la fuerza mayoritaria en el Congreso, pese a haber perdido el gobierno central; también coincide que ese peronismo aparece dividido lo cual disimula temporalmente esa debilidad en tanto facilita la negociación de leyes, sobre todo en los primeros meses de mandato. Otro rasgo común relevante es que todos enfrentaron situaciones económicas complejas, con nulo o escaso crecimiento y con muchos cuestionamientos sobre su capacidad para enderezar el rumbo económico.

Ahora bien, aun con todos los vaivenes que ha experimentado nuestro sistema democrático en estos últimos treinta y tres años (donde a los fines de este análisis sobresalen la debacle del radicalismo como partido nacional, y la emergencia de terceras fuerzas tanto de centro izquierda como de centro derecha, gobernando distritos importantes y con incidencia electoral y parlamentaria), las elecciones del año pasado ratifican que todavía puede dividirse al electorado en dos grandes universos: peronistas y no peronistas, con leves ventajas numéricas para los primeros. El éxito electoral de Mauricio Macri en 2015 fue haber unificado tras de sí a los votantes del segundo universo. Es cierto que este logro puede ser efímero si no va acompañado de aciertos en la gestión de gobierno, sin embargo pareciera que el electorado no peronista, sobre todo el que votó a Cambiemos en las PASO y en la primera vuelta, está dispuesto a tenerle paciencia. Al menos así lo reflejan todas las encuestas de opinión pública en el último año. Esta es una fortaleza central del gobierno actual.

Quizás los anteriores fracasos de los gobiernos radicales sirven como aliciente tanto para la dirigencia como para su electorado, en la medida de que perciban que el fracaso de Cambiemos puede significar también el fracaso de la posibilidad de que este país pueda ser gobernado por fuerzas no peronistas en el futuro. Para una parte significativa del electorado de la provincia de Buenos Aires este es un dato que puede tener una relevancia trascendental: el riesgo de volver a tener la provincia gobernada eternamente por el peronismo los espanta.

Por otra parte, el PRO ha demostrado tener temple para enfrentarse al peronismo incluso con sus mismas armas, sin caer necesariamente en los gorilismos de antaño. Eso le da crédito frente a su electorado de que esta vez sí se puede. Al mismo tiempo, el perfil tecnocrático sumado a una estudiada superficialidad en el manejo de “lo político” contribuyen a darle a este gobierno el barniz de “lo nuevo”, más cercano al sentir de “la gente”, frente a “lo viejo” que serían todos los demás, particularmente el peronismo.

Por último, es hora de dejar de subestimar a Mauricio Macri como político. Detrás de su estilo zen y descontracturado hay un político que ejerce un control pleno y férreo sobre su gobierno, que juega en toda la cancha, con todas las implicancias que ello tiene: la incesante preocupación por consolidar y construir más poder para sí mismo y su gobierno; la centralización de la toma de decisiones; la disposición a usar todas las armas que le da el poder, legales y no tanto, para hacer valer ese poder y/o debilitar al adversario.

Todas estas características impiden catalogar al gobierno de Cambiemos, encabezado por Mauricio Macri, como un gobierno débil. Claramente no tiene los atributos institucionales -sí los innatos- para ser un gobierno fuerte. Digamos entonces que las circunstancias lo han ubicado como un gobierno de equilibrio, sin capacidad para imponer decisiones pero sí para no aceptar imposiciones externas que lo fuercen a transitar un camino diferente al que lo llevó a Balcarce 50. Qué pasará de aquí en más dependerá en gran medida de su capacidad para manejar este equilibrio de por sí inestable, y de los niveles de paciencia y confianza con que llegue su electorado a las elecciones del año que viene. El hartazgo con el peronismo puede ser, después de todo, su mejor aliado.

 

Nota: Artículo publicado en Infobae.com el viernes 16 de diciembre de 2016.